Ayer, como
siempre, las leyes de la vida, me acosté. La noche ventosa agitaba las vidas,
pájaros buscando buen recaudo; algún transeúnte despistado; árboles que
luchaban por no ser vencidos en el zarandeo del temporal. Entretanto, yo
buscaba la postura para encontrar la manera más cómoda con que encontrar el
sueño, e iba perdiendo la agitación de la respiración que traía la estela de un
día movido para ir entrando en un estadio de mar calma que despertó la
conciencia de mis recuerdos: leves vibraciones en mi mente que se extendían
placenteramente por un cuerpo progresivamente sedado. El mundo se iba
recomponiendo y, yo, caía en el sueño plácido y profundo que empezaría a cerrar
un nuevo círculo de sentido y madurez en mi vida.
Temprano por
la mañana, serían las seis, mi sueño se desvaneció, o quizá se recogió tras la
plataforma de la vigilia, como la luna se oculta tras la plataforma del sol.
Seguía habiendo cierta agitación en el viento perseverante de las azarosas
existencias exteriores, y la calle estaba cercana a salir de su pesadilla:
faltaba una hora para que las farolas se apagaran dando paso a la luz natural,
los peatones se atreverían, quizá sin otro remedio, a emprender el camino hacia
sus destinos, salidos ellos también de un plácido sueño nocturno o, es posible,
contagiados de la tormentosa noche exterior. A medida que me sumergía en las
rutinas de primera hora, el sol de mi conciencia trabó amistad con su luna. El
lapso de tiempo que recorre una vida hasta su madurez, tormentoso a ratos, confuso
y enredado, sombrío, efusivo, amoroso y despechado, encontró la presencia bajo
la definición personal de la clase, el decoro y la cortesía; el significado de
aquello que había desafiado en la infancia, el raro instinto de supervivencia
de la adolescencia asfixiante y los valores asentados en la juventud. Me di
cuenta de que el molde que había ido creando en aquellos lejanos años se había
ido llenando a base de perseverar y atravesar los obstáculos del tiempo para
dar corporeidad a la figura que hoy soy. Porque, ante todo, soy yo.