Ojos cansados, de una vida que ya empieza a susurrar que se
desvanece. Un cuerpo lánguido que hace repaso de su vida tendido sobre la cama.
Una familiar le trae caldos reconstituyentes que consume haciendo esfuerzos.
Intercambian miradas, la elocuencia en la mirada de la anciana quiere dar un
claro mensaje de despedida. Pierde las energías, la familiar abraza el cuenco,
lo último que tocó el ánimo de la difunta. Mira a través de los pequeños huecos
de una persiana bajada, apenas logra percibir un leve brillo. Sin embargo, sabe
que allí fuera es pleno día. Se enjuga las lágrimas, sale del dormitorio aún
abrazada al cuenco, fuerte en su voluntad de recordarla en su última exhalación,
y deja los temas de mortaja en manos del médico, que entra a dar fe de la
defunción una vez ha captado el mensaje en la actitud resignada de la familiar
que camina hacia la cocina, lava el cuenco con lentitud y dedicación y lo deja
a secar. Desde allí, puede ella ver la plena luz del día cuyo brillo apenas
percibió junto a la difunta. Sale a la terraza, mira en lontananza, agacha la
mirada y, risueña, ve a unos niños jugando. Sopesa si quedarse a ver el circo
del eterno velatorio. Mira a lo alto, al cielo, y queda deslumbrada. En su
momentánea ceguera, recibe la elocuencia. Y atraviesa la sala, mira al médico
que ha regresado agitado al salón y recibe su cómplice asentimiento para salir
a airearse. El asfalto, en la calle, la devuelve al mundo: había estado
acompañando a alguien a la entrada del cielo, recuerda. Y sonríe.
Un lugar donde expresar libremente las reflexiones más variopintas, desde la plácida mañana a una dosis de buena literatura.
domingo, 19 de julio de 2015
miércoles, 1 de julio de 2015
Reconquista
La noche profunda, sueña él en un tranquilo descanso… un
rapto y se agita: la armadura de sí mismo ante la selva humana y divina se está
construyendo a base de esforzados pulsos con la tentación, una fácil opulencia
o la tendencia al conformismo. Siente que aún no puede despertar, que la
armadura no ha cubierto todo su ser, y sigue esforzado por dar forma, a través
de gotas de su esencia, al acero de una existencia hacia la vida airosa.
Resuelve dilemas profundamente asentados en su inconsciente, que ahora afloran
a raíz de ese extraño rapto, fuerza del destino que tenía olvidada, latente
para emerger en el momento adecuado lejos de artificios engañosos. Surgió con
una nueva emergencia del instinto de supervivencia, la retomada conciencia de
un camino hacia la plenitud mano a mano con la medieval damisela de coraje,
instinto y convicciones. Como un tiburón blanco que enseña su aleta unos
momentos para luego volver a la profundidad del mar, él se agita resuelto una
última vez y entra de nuevo en calma.
Amanece, el destronado rey de la tierra despierta con
voluntad de conquistar su territorio, ese espacio que una vez fue la amplitud
de su felicidad, y recuerda, con fe, a aquellos que le guiaron y a aquellos que
le trabaron. Por fin, como el gran tiburón blanco, abre sus fauces y pasa de la
contemplación a la acción. Surca las tierras, blande su espada, besa a su
amada. En un abrir y cerrar de ojos, lo que fue un dilatado letargo se ha
convertido en palpitación y la mirada multicolor de, mano a mano, reina que encontró
su trono, refleja un horizonte de arcoíris tras el que se intuye el Paraíso,
ulterior descanso de la mujer encinta y el valiente que le dejó su simiente.
Entretanto, bajo la luz celeste, viven su reinado afortunado.
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