domingo, 18 de diciembre de 2016

Premonición de la Navidad


Paseando por desiertas calles otoñales, haciéndose camino entre las hojas caídas, fue recomponiendo su alicaído estado de ánimo. Una leve punzada y ciertas expectativas le habían reconfortado ya un poco. Algo de reflexión serena y le vino a la mente la cercana Navidad. Perplejo porque la costumbre le llevaba habitualmente al decaimiento en tales fechas, esta vez su ánimo se iba agitando al pensar en las reuniones familiares con padres, hermanos y descendencia varia. Vibraciones de su atmósfera emocional: señales palpables o premoniciones dotadas de espiritualidad, el caso era que sentía ya esa morriña por la familia antaño arrinconada. Adiós, se decía, a pensar en su profesión de pensador del pensar de los demás durante un par de semanas; adiós a curar las penas del alma con la destreza de un bisturí que no permitiera agrietar con ellas la propia. Serían, sí, días de placer junto a la chimenea, escuchando a Mozart mientras tertuliaban con puros y cognac y la jarana de los chavales muy al fondo. Parecía que, esta vez sí, se acercaba de nuevo la Navidad. Tomó conciencia, las teclas de su corazón empezaron a resonar con ritmo vivo… seña de que la melodía del cariño se estaba afinando ya para tan señaladas fechas.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Una visita


Con la mente envuelta en tempranas telarañas, de valores y sueños, camino por la calle siguiendo una simple inercia. Dejándome llevar, soñando con un paraíso despejado. A lo lejos, veo nítidamente tu edificio, y sé que esa inercia ha sido fruto de un inconsciente que me ha llevado a las proximidades de tu existencia. De modo que me acerco más y más, con la certeza de que estarás en casa. Allí, en la penumbra, te veo oculta tras unas gafas de sol que te protegen de la muy escasa luz natural que logra colarse en el salón. Preguntabas “¿Quién es?”, con tu carácter decidido y algo de mala leche, y no pudiste dar un brinco cuando reconociste mi voz porque los huesos no te responden. Pero, ay, la alegría de tu voz.

Conversamos en torno a unas pastitas que había comprado en la panadería de abajo. La de siempre, la que te gusta por su sabor agradable y familiar. Te enseñé algún vídeo de tus nietas, ampliado para que pudieras discernir algo con tu herida mirada. Te dije “Ya en los noventa…”, y tú erre que erre, que no hubieras deseado llegar a esa edad, que no se te ha perdido nada en este nuevo mundo que ha tomado el relevo al tuyo, que tu vida ya pasó. Te confieso mis penas y tu mente todavía lúcida aclara mis neblinas interiores, en un intercambio de afectos que ha surcado nuestras existencias desde su primera confluencia, cuando tú me cogiste en brazos en el hospital porque mi padre no pudo asistir al parto.

Avanza la tarde, los dos empezamos a estar cansados y me pides que te coloque bien los cojines de la espalda en tu amplio sillón. Te doy un beso en la frente, me dices “Acércate, que no llego” y me correspondes con otro en mi mejilla. Cierro la puerta tras de mí, le echo el cerrojo y vuelvo a casa con los valores afirmados.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Hedonista


En su piso, decorado con delicados muebles, hermosura espera ignorando la palabra pecado. Está relajada, y se envía un guiño a través del espejo de la entrada cada vez que oye el timbre. Es un ritual. Aprendió temprano a luchar contracorriente, inteligente y placentera. Recuerda que, cuando despuntó su adolescencia, reconoció en sí el inicio de la senda hacia una mujer hermosa. Años de cuidados y experiencias, la condujeron por un camino que ya estaba en su mente. Vida placentera, dar y recibir. Y ahí se encuentra hoy día, ya ha llegado su nuevo cliente: se puede considerar una mujer de éxito, tarifas altas y servicio exclusivo. Sofisticada, celebra una vez más el juego, muestra sus pecas, acariciada en su cabello pelirrojo. Unos no la pueden ni ver, oscurantismo de una profesión a veces indigna; otros, la adoran hasta la irreflexión, algunos la aman en el sosiego. Pero ella vive ya, el esbozo del pensamiento adolescente convertido en la figura del hedonismo maduro.

domingo, 23 de octubre de 2016

Quisiera


Quisiera ser capaz de ver en unos ojos transparentes a mi mirada. Darles lo que no encontré, buscar en ellos lo que no tuve. Quisiera poder vivir. En estado compartido, confluir con su mano deslizando un dedo sobre una fotografía en la estantería. Formar un hogar, en el que poder tomar el sol durante los veranos a ras de hierba en el jardín, observando un ciruelo crecido. Mirar durante espacios sin tiempo a través de la ventana en espera de su llegada. Yo quisiera. Realizar los sueños del espíritu más abstracto, alzar mi pensamiento sobre los sentidos, volar a otros territorios con el tiempo de un ocio que gasta más imaginación que dinero. Alzo la mirada, hacia un cielo claro, y me digo: ansiedad por lo no alcanzado, confusión y ligera desesperación. Y, sin embargo, certeza de que ese momento llegará.

sábado, 8 de octubre de 2016

El dibujo de una vida


Permanezco tumbado en la acera húmeda de la principal avenida de esta ciudad, cansado. De hecho, empiezo a sentirme exhausto: días de no parar que suponen el colofón a una vida que ha ido desdibujando su sentido. Tomo conciencia de que, los últimos años, han sido un trayecto de paulatino alejamiento de mis estímulos vitales, de aquello que en un tiempo fui cociendo en mi interior, un día se manifestó como el particular modo de vida que deseaba para mí y, otro día muy concreto en mi recuerdo, supuso el pistoletazo de salida en busca de su consecución. Pasado el tiempo, llegué a sentirme henchido de felicidad, satisfecho de mis logros materiales, afectivos y espirituales.

Sin embargo, un día la persecución de aquellos sueños que se iban convirtiendo en obras de mi vida se topó con el cansino realismo. Fue, quizá, un momento de debilidad. Me cogió en una época floja. Desde entonces, asumí mi vida con una noción más apaciguada de responsabilidad. La asfixia continua y progresiva del día a día rutinario en atención al objetivo de un salario estable, una mujer dócil amante del hogar y un seguro de vida.

¡Patrañas! –pensaba mientras yacía sobre los adoquines de la acera, empapado el cuerpo ya entero: la espalda por el suelo húmedo, la frente por la lluvia que seguía cayendo.

Eché un vistazo: el paraguas, ya roto, a unos metros que parecían eternos, me llevó a sumergirme en la sinfonía del recuerdo: amores en fuga, piano inspirado, buen vino español… y, con una leve sonrisa, caí exangüe, exponiendo ante un público inconsciente, que, al fin y al cabo, había tenido más peso la vitalidad del sueño que el cansino realismo.

sábado, 17 de septiembre de 2016

El ayer


Sentados ante una mesa del Café Oriental, ella me decía, con la mirada húmeda, que el ayer no tenía nada para mí. Y, sin embargo, el ayer… llamaba a mi puerta. Me giraba hacia atrás y lo veía allí, en forma de una mujer veinte años más joven, dos noches y ya, parecía, una cuerda firme que nos unía.

Por qué entró en el local con aquel desparpajo, sabiendo que desafiaba el castillo de mi pasado, la construcción de una vida más pretérita que un ayer que venía para convertirse en futuro, lo intuí en el corazón marchito de Anaís y sus lágrimas, y se me reveló finalmente al darme la vuelta y ver directamente sus ojos, aquella actitud de decidida espera, determinada y determinante: Juliette. Dejé atrás el castillo que construyó mi vida y me fui con la pluma que venía para escribir sobre mi cuerpo los episodios del futuro.

domingo, 28 de agosto de 2016

El sastre


El invierno llegó. Recordaba el sastre que aquella mujer de porcelana jugaba con un cigarrillo mentolado en la comisura de los labios. Llevaba años perdido en la sensación de deriva desde que llegara a la ciudad y entrara a trabajar en la sastrería. Se decía que algún día crearía su propio negocio: era conocida su destreza para adornar el cuerpo femenino. Y, acostumbrado a ver mujeres de mundo, elegantes y cuidadas, a quienes tomaba medidas con seguridad, se mostró sorprendido ante aquella dama. Amaneció entre ellos una sincronía a primera vista, en lo que parecía un encuentro largamente esperado. Sintió Guillermo que volvía a tocar el suelo con los pies, y, de repente, el impulso le llevó a sentir su cabello entre las manos. Nunca se había atrevido a cruzar la frontera del deseo con sus clientas, y sin embargo.

 Embargado de pasión, fue quitando las piezas del vestido de su cuerpo, acariciando las formas de su piel suave. Pensó, viéndola como vino al mundo, tras el arrebato de la pasión y con una copa de champán, que la carne morena que daba forma a su cuerpo, de constituidas caderas y proporcionado pecho, descubría la verdadera belleza que sugerían los vestidos que, habitualmente, cubrían cuerpos de clientas que, como ella, algún día encontraron la  suerte del deseo. Poco después, se dijo, creó una sastrería propia, a la que acudían mujeres sabiendo que no ofrecía ni abrigos de piel, ni largas bufandas. Quizá sí algún guante ligero, pero, sobre todo, aquel tipo de vestido, quizá para una ocasión señalada, que invitaba a una vida efímera, desaparecer para reivindicar la conquista de la esencial belleza femenina.

sábado, 13 de agosto de 2016

Pequeña odisea


Adormecido por una noche de cavilaciones incesantes, veo con cierta desesperación la llegada del amanecer. Me pesa la mochila de un día que no hace más que empezar, víctima del cansancio, el pesimismo y una excesiva carga laboral. Derramo los cereales sobre la mesa de la cocina, casi resbalo en la ducha y salgo a la calle con calcetines desparejos.

Me demoro un poco: he pensado que sería buena idea tomar un café bien cargado, aunque no sea santo de mi devoción. Entro en la cafetería y mi mirada se emborrona ante los pechos de la camarera: no hay una nítida percepción de lo que podría haber sido una sugestión matinal.

Salgo hacia el metro, pero el café parece que, o no ha hecho aún efecto, o no ha sido suficiente para despertar mis alertas: me subo en dirección contraria. Tardo un par de paradas en darme cuenta del desliz, pero el repente que me provoca caer en la cuenta me envía de un salto al andén. Finalmente, llego al hospital, donde me espera un paciente y el equipo de ayudantes. En el quirófano, noto un coro de voces hablando al capitán de un barco a la deriva y, finalmente, cuando voy a hacer la primera incisión con el bisturí, me desmayo. Estaba anunciado, dicen algunos en los rumores de pasillos. Volverá a ejercer, dicen otros, más afectivos.

Lo cierto es que no me doy cuenta ya de lo que pasa, mi vida transcurre entre un susurro de voces que se acercan y se alejan, algunas familiares. Un día, abro los ojos. Veo a una mujer con una bata blanca mirándome atentamente y tratando de comunicarse conmigo. Balbuceo, sonríe. Poco a poco, voy recuperando el tono: mi conciencia va volviendo a ubicarse con el tiempo, alcanzo a hablar con naturalidad y, por fin, me dan el alta en el hospital. Ese día es especial: paseo con mi compañera, cenamos con cava y hacemos el amor. La vida gira y gira, y no se detiene mientras siga dando vueltas, pienso antes de revolverme en la cama y caer en un plácido sueño.

sábado, 23 de julio de 2016

Volver a vivir


Navego cruzando las neblinas que surcan el contorno de mis pensamientos en busca de una orilla tranquila y poco rumorosa, donde poder apearme de esta barca que ha dado cobijo a mis noches de huida; una orilla donde poder empezar a reencontrarme. Atravesar la arena siguiendo un norte, con la esperanza de crear un hogar siquiera sea provisional, vencido el enemigo.

La neblina empieza a desdibujarse de repente, alcanzo a vislumbrar lejanamente esa orilla y el instinto se pone a la altura de mis esperanzas: los temores van desapareciendo, las energías vuelven a dar cuerda a la iniciativa. Siento que pongo el primer pie en tierra: noto alejarse una prolongada zozobra. Tanto se asemeja lo que dejo atrás a lo que vencí: amor, guerra… ¡y algún fruto de este árbol ya maduro!... sigo aquel norte. Una conclusión inmediata, sobrevivir.

Hago camino y mis pensamientos van dibujando el mapa de la personalidad que se rehace, resurge el espíritu protector de este árbol ya maduro, hacia los frutos de su esencia, suturar las costuras del sentimiento propio, para que germine desde una nueva tierra. Sentir de nuevo el hálito de la existencia: volver a vivir.

sábado, 9 de julio de 2016

Un tipo circunspecto


Un hombre, bastante entrado en kilos, de mediana estatura, permanece quieto en la puerta de una pastelería. Sus compañeros han accedido en busca de algo que endulce su tarde. Si tuviera ojos en la espalda, pues no les da la cara, les vería riendo y charlando: demorándose en un momento feliz. Él parece imperturbable.

 Al rato, uno de los compañeros, femenina charlatana, sale en su compañía y empieza a hacerle algún que otro comentario. Él, responde educado pero escueto, volviendo a su silencio. Quizá ella se pregunte qué pasa por la mente de este hombretón, o crea que le falta un hervor. Lo cierto es que, tras unas intentonas, se le acaban los recursos y desiste: vuelve, ella sí, su mirada hacia el interior de la pastelería, entreteniéndose en los enredos de sus compañeros y, cuando finalmente le va a avisar  de que ya salen, este ha desaparecido. Alza ella la mirada para observar con panorámica y lo detecta, de extrañado sopetón, hablando con un repartidor que se ha detenido a la salida de unos ultramarinos: escruta ella, en busca de averiguar qué clase de cosas pueden alterar el hierático estado del caballerote, y ve que se ha acercado para indicarle, simplemente, que  le ha caído la bandolera al suelo. Hace gala de una humildad que sí le conocían, al menos.

Finalmente, se reencuentran todos los compañeros: los unos con su plática y su pastel, la otra con sus interrogantes y, el último, con una mirada que habla de profundas respuestas y renuncias mundanales: es un tipo circunspecto, qué duda cabe.

jueves, 30 de junio de 2016

El río y el mito


En el paraíso del artificio, promesas de placeres abundantes. La atmósfera llama al banquete con cantos que agotan la cartera. El río fluye, el tiempo transcurre, y el ser empieza a darse cuenta de que no ha sido. Que sus vestiduras son de plástico, que la piel desnuda ante un espejo es algo que apenas retuvo la memoria de su sinceridad. Fluye y fluye el río y se percata de que el agua cristalina y rumorosa, que invade sus sentidos cuando se acerca, no es más que la pista de vida franca. Se sumerge en él con decisión, sus ojos cerrados tienen el interno despertar del frescor. Los pequeños baños de respiración pura… sale a flote… de la historia de su pasado vuelven al presente como si el río que fluye fuera hacia un eterno retorno, empezando a creer de nuevo en el mito de la vida propia, ensoñada y envuelta antaño como en un regalo hecho por manos muy ajenas.

martes, 14 de junio de 2016

Juegos del pensamiento


Días de tranquila soledad, vasos de agua que refresquen tras un paseo urbano acalorado. Fuera del país de las maravillas, en cualquier caso, quizá en la villa de una cierta alegría. La villa catalana que, aún misteriosa para mí… quizá sean los años transcurridos, que me hacen tener el corazón dividido entre las tierras que me dieron raíces, familiar de esta ciudad que va dando identidad a mi interior, yo sedimentado por territorios del pasado. La imaginación se lanza al recuerdo de los frutos del sentimiento. Y uno sabe que existe el amor, la amistad, el compañerismo, la tristeza o el tormento.


Una lanza de hierro candente siembra nuevos espacios de madurez en el mapa interno. Imagina uno, alguien diría que la ve, una piel blanca, sutilmente arropada en tonos azul, con un corazón de plata que sueña convertirse en dorado. Voz difusa en la incertidumbre de la imaginación, sonrisa feliz y ojos marinos. Imaginación de personalidades no descubiertas, mesura de la fantasía, esperanza, enigmas de rosa en esta villa catalana. Juego a pensar en un paseo montañés o una conversación que desvele el brotar de la empatía. Luego, vuelvo a mi concreto espacio en este hogar, que se ha ido formando a través de los recuerdos constituidos como formas concretas. Seguramente, mi espíritu haya tomado un tono humilde y refleje un corazón plateado que aspira a ser dorado.

domingo, 5 de junio de 2016

Ese camino


Recuerdos remotos, de juventud alboreante: sueños de épica, jugando a ser protagonista. El tiempo lleva a avanzar en el curso del camino. Crudeza, soledad, sentido, también, del genuino calor ajeno.

En el camino, unos, se ven siempre como queriendo evitar pensar en el final del sendero. Otros, afrontan el panorama con amplia perspectiva: el ojo bien abierto, consecuente y preparado para cualquier coyuntura futura. De estos últimos, unos afrontan el futuro con una sonrisa hacia el cielo, un temblor purgado o una lágrima infernal; otros, desafiando al Hades; los demás, ven en la visión científica de la vida su término al final del camino, sin más expectativa que vivir la que les ha tocado en suerte, sufriéndola o gozándola.

Y este camino, en sus albores, presenta una porcelana fina y delicada de infancia; que crece hacia la rebeldía huracanada de una adolescencia confusa, se consolida en la madurez modelando el genio a través de la prudencia y cierta claridad en el saber deseado y mínimamente fructificado ya. Al final del camino, en eso que llamamos vejez, se dice que se alcanza la mayor sabiduría y virtud; también es la edad de la decrepitud. En ella, claro, ven unos la puerta de la esperanza hacia un mundo mejor; otros, el final de un libro, el de su vida, que van releyendo en reflexiones meditativas postrados en una butaca ante una aburrida papilla de frutas.

En fin, ese camino, con sus múltiples interpretaciones y misterios, lo atravesamos de formas divergentes que muchas veces chocan entre sí por la simple ignorancia del sabio respeto o la animal, humana quizá al fin, lucha por la vida. 

viernes, 20 de mayo de 2016

Fumata blanca


Desde un espacio tristón, cuatro almas respiran ateridas. La una se refugia en su mundo interior, de laberintos utópicos e ideas brillantes; otro, calla, observa y saca sus propias conclusiones con la calma como virtud; una tercera, se toma el frío, la falta de luz y el ligero esperpento con alegría; por último, él procura mostrarse social, sensible y a la vez con ideas muy propias. Terminado el cónclave, hay fumata blanca: habemus papam. Así que, la virtud del silencio ha sido recompensada con la observación ajena y, quien parecía un corderito, ha sido elegido guía por el resto de la manada. Sonrojado, empieza a hablar, hace preguntas en lugar de sacar conclusiones y dinamiza un poco su natural quietud, comenzando a transformar la calma en actividad como rasgo definitorio. Él, quien fuera objeto de todas las apuestas, se alegra de haber tenido ojo, valor y humildad para delegar; la una empieza a ver ideas brillantes en su alrededor que la saquen de sus paraísos utópicos y, la última, se serena al ver que empieza a llegar una ráfaga cálida y se ha hecho la luz.

sábado, 7 de mayo de 2016

Celebrado cincuentón


Un cincuentón con gafas a la moda de sus tiempos juveniles, se desplaza dando largas zancadas y alguna carrerita para hacer un recado… hombre de encargos, hombre de encargos es nuestro, no tan chico, de los recados. Silba con fuerza, y lo hace emitiendo una clara melodía. De vez en cuando, da incluso algún salto y, al caer nuevamente en tierra firme, alza la mirada al cielo como queriendo alcanzarlo.

De un lugar va a otro, a medida que avanza el día algo más cansado. Ventura que, entre recado y recado, le dan un buen refresco o incluso, la veterana de la charcutería, un agradecido bocadillo. A media tarde, tras hacerle cumplir con su última zancada, le da el jefe una buena palmada en la espalda, emplazándolo para el día siguiente.

Caballero cincuentón, recobra el silbido más preclaro. Disfruta del atardecer a paso lento, mientras detiene su mirada en patios interiores del bonito barrio que nunca podrá habitar. El aire entra fresco en los pulmones y, cuando llega a casa, el perro se apercibe de su celebrado estado de ánimo. Coge este veterano la correa y se lleva al can por el parque cercano. Mientras ve a su querido animal correr arriba y abajo, lamerle y juguetear con él, entra en un estado de calma que le permite empezar a realizarse: por fin, tras un largo periplo, ha logrado un empleo.

domingo, 24 de abril de 2016

Mi sueño


Aparco el coche, como de costumbre, cuando la madrugada todavía no piensa en el advenimiento del alba y camino con paso firme, determinación tras el cansancio, hacia el punto de encuentro con Raquel. El camino… ¡ah!... ha sido largo. Llegado, la espera se me hace ociosa, quizá por la tranquilidad que da el peso de la experiencia. Aquello que se llama oficio adquirido.

Veo despuntar, en la noche profunda, el alba de sus cabellos rubios, y, tras una sonrisa pícara, apago el cigarro y me pongo en marcha. Nos saludamos, y le indico el camino hacia mi coche. Una vez dentro, intercambiamos los paquetes. Ella analiza la joya que yo engarzaría en su cuerpo y yo cuento el dinero. Nos damos el visto bueno y salimos del coche. La acompaño un pequeño trecho, hasta que, llegados a la esquina, me guiña el ojo y se pierde al doblarla.

Determinación tras el cansancio, camino con paso firme dejando atrás el coche, sabiendo que ha perdido ya toda utilidad. Me pierdo entre callejas con el mapa bien desplegado en la mente, camino de mi taquilla. Neones susurrándome la noche, accedo al lugar. La veo a lo lejos, y procedo a pasar al servicio para cambiarme la ropa. Camuflaje urbanita. Luego, abro la taquilla, dejo el dinero discreto y me despido de él una temporada. Le perderán la pista: descansa.


Tras llegar a un hostal, corro las cortinas de la habitación cuando la llegada del alba coincide con la invitación del terrenal mundo al sueño. Duermo largo y tendido. Ella con la joya engarzada, entro en su cuerpo y, luego, cuenta el dinero: las mujeres se lo llevan todo… ¿hasta tu sueño? Después de un largo y reparador descanso, despierto. Abro las cortinas y me encuentro, por fin, con la plena luz del día. No, no se ha llevado mi sueño: ha sido un trabajo bien hecho.

sábado, 9 de abril de 2016

El rock y el veneno


A ritmo de rock puro, todo es veneno, o al menos tus labios lo parecen. Eso le advierte la canción mientras camina por la calle. El ritmo deviene acelerado, quizá porque la intuición le ha dicho que, a veces, el azar confluye con el destino y la señal es una premonición: tus labios son veneno. Ha mantenido un tiempo de distancia: quería que amainase la tormenta, se enfriase el peligro de un desliz hacia la pasión. Una intensa historia juntos, había cabos sueltos que se debían atar tarde o temprano. Así que la música rockera ahora ha adquirido un toque de música tradicional india norteamericana, y se prepara para la danza de la guerra. Sí, ha entrado en calor.


Entra en el restaurante, ella está elegante, aunque algo peripuesta. Al menos, se ha levantado de la mesa para saludarle: un cruce de miradas y palabras calculadas. Durante la cena, los tenedores acercan el sabor del pato y los cuchillos se unen al ambiente de guerra latente, que va emergiendo hasta que ella empieza el ataque. Una herida de importancia cerca del corazón, en la arteria de los sentimientos, pero nuestro hombre conserva las energías para seguir en la lucha. Escucha en su interior el redoble de tambores, tambores de guerra. Sí, el asalto a la fortaleza de la lengua viperina. Se acerca, pues, a terreno ajeno para luchar: guerra dialéctica. La asepsia emocional ha sido vencida. Llora ella, se derrumba. Él tiene la cortesía del triunfador, pero no el error de la misericordia. Sale, liberado, del restaurante, se venda la herida que empieza a doler en la arteria de los sentimientos, jugando a imaginar, con el sonido callejero del tráfico y las voces transeúntes, vital música genuina. Un rockero vencedor.

viernes, 25 de marzo de 2016

El callo de la longevidad


El cabello completamente cubierto de canas, hace un esfuerzo para levantarse de la cama. Los huesos le duelen horrores por la mañana, por ello apura las horas en horizontal, salvo cuando se ve urgida a ir al servicio antes del alba.

Ella solita, pues solita es como quiere vivir a pesar de tener la posibilidad de una residencia o ser acogida en el hogar de sus hijos, se prepara el desayuno, siempre con la muleta a mano. Unta las tostadas como puede, pues el tacto ya no es el mismo y la vista hace tiempo que se convirtió en un leve discernir. El cacao le ha caído, en parte, fuera de la taza, pero sabe por el gusto que todavía conserva que ha caído lo suficiente dentro como para darle sabor. Al acabar el desayuno, se dice “qué asco de vida, esta de la decrepitud”, y piensa que sería una suerte morirse.

Sin embargo, cuando a media mañana llegue su hijo, no precisamente lozano, pues se jubiló un par de años atrás, para verla y prepararle una comida de exquisito paladar, le dibujará una amplia sonrisa. Luego, sí, empezará a despotricar contra el mundo. Pero él la entiende y no se escandaliza. Atento, le dejará preparado un vaso de leche para media tarde y un consomé para la noche. Luego, dejándola medicada y acomodada en su amplio sillón, se despedirá hasta el día siguiente o, si le hace el relevo su hermano, hasta al cabo de un par de días.

Sola ella ya, se fija en la imagen de su marido sobre el estante junto a la televisión. Es una foto de los últimos años, pero conservaba la misma expresión que cuando le conoció. Aquella expresión que tanto amó y tanto detestó; la expresión, al cabo, que la acompañó en el viaje de su vida. Luego, deja que la mente vuele entre sonrisas y exabruptos a sentirse partícipe de la tertulia radiofónica. Se cansa de la radio cuando ya ha anochecido y, dejando el vaso de leche para el desayuno, se calienta la taza de consomé. Sentada con asco ante las tonterías de la televisión una vez terminadas las noticias, escucha un audiolibro en su Tablet y, tanto es su gusto por la lectura, que se siente, de un lado alegre por poder escuchar cuentos, y de otro nostálgica y frustrada por no poder leer ya aquellos novelones o sencillas poesías de antaño por su cuenta.


Finalmente, cansada, se dirige a tientas hacia la cama, se pone en una postura adecuada para que no le duelan los huesos al dormir y cierra los ojos con la sensación de que será más que probable que al día siguiente tenga que seguir dando el callo de la longevidad. 

viernes, 11 de marzo de 2016

La voz de alarma


Un sencillo conjunto de sauces fue plantado frente a la ventana de su habitación cuando sus padres le dieron un espacio propio donde crecer. Apenas gateaba cuando, de los pequeños montículos de arena, empezaban a sobresalir los tallos. Sin embargo, lo recordaría muchos años después como una de esas escasas pero vívidas escenas que le quedan a una persona grabadas de la infancia.

Corrió la ventura de unos primeros pasos en esta vida que le dieran impulso para el devenir futuro. Vivió con cierto rubor el desarrollo de su feminidad durante la adolescencia pero, cuando llegó la juventud, pasó de un estado introvertido que llegó a creer inmutable a florecer en la amistad y el amor. Superaba los reveses con una determinación que, inconscientemente, a ratos le hacía pensar por analogía en las fases iniciales de su vida: de nuevo, sentía la plena fuerza de vivir.

Lo cierto fue que, tras varios lances amorosos de los que nunca se arrepintió, encontró un extraño despertar por la simple compañía de un joven complejo y de aspecto poco llamativo. Se extrañó de que aquella rara deriva la hiciese dejarse llevar por impulsos que antes nunca hubo seguido, reflexiva como había sido siempre ella. Con el tiempo, la novedad agitada se convirtió en un tranquilo estado de pareja felizmente asimilado.

Un buen día, estudiando el último curso de medicina general, se dio cuenta de que, su vida, era ya su estado. Estudiando que estaba un sesudo tratado sobre el sentimiento humano cuando le saltó la voz de alarma: la felicidad en la vida, se puso a reflexionar como antaño, esta vez con el pensamiento algo acelerado, está sujeta a condicionantes ¿Podía ella supeditar la suya al casi exclusivo de un amor pleno? Se sintió repentinamente falta de libertad y, recobrando la rebeldía del impulso que tuviera en el segundo amanecer de su vida, creyó sentir una tercera oleada de vitalidad.


Hizo las maletas, concluyó la carrera como pudo y empezó a trabajar en un hospital. Todo el mundo la veía llena de iniciativa y fuerza en su entorno. Trabajaba, viajaba, disfrutaba de la cultura fina y del buen paladar. Pero, un día, de vuelta en su piso tras un día de trabajo poco intenso que, sin embargo, fue abriendo paso desde temprana la mañana a inconscientes balances emocionales, se sintió fatalmente cansada. Preparó una ensalada acompañada de algo de agua mientras su vida iba pasando ante ella: pensó en los sauces que crecieron con ella, en los años de timidez, en la feliz juventud y el colofón del amor. Le entró una prisa feroz por ponerse en contacto con su viejo amor abandonado. Lo primero que se le ocurrió cuando vio que los teléfonos de contacto personal habían sido dados de baja fue llamar a los padres de aquella víctima de la ingratitud o, quizá, el irreflexivo impulso juvenil. Se puso al aparato el padre, que reconoció al instante la voz de la chica. Con tono grave, le notificó su muerte por dolencias del alma tras quedar abandonado, y se disculpó acompañando con un suspiro de ingrato recuerdo el teléfono hasta colgarlo. Ella estalló a llorar, reconociendo en la ausencia querida lo que de vacío tenía, ya, su presencia bajo la bóveda celeste.

domingo, 21 de febrero de 2016

Estilio hace balance


En el crudo invierno del valle, Estilio había hecho por aprovechar las ganancias de una partida de cartas, comprarse una botella de aguardiente y un paquete de cigarrillos. Con ello a cuestas y bien abrigado, se acercó al río, a cuya orilla vio atardecer mientras el estómago digería el fuerte licor, entre calada y calada. Con la noche cerrada, en calor por la borrachera que ya le había entonado, fue cayendo en un estado de duermevela hasta que el sueño profundo le llevó a un fantasioso descanso.

Despertó cuando faltaban un par de horas para que el sol volviera a dar su luz. Entonces, aterido de frío, esta vez por la fiebre producto del descuido, hizo denodados esfuerzos por desandar lo andado hasta regresar a casa, dejando la botella vacía junto al río, pero apurando los últimos cigarrillos entre ataque de tos y ataque de tos. Entraba al pueblo con el alba, una profunda angustia se adueñó de su persona, como si despertando el día, despertase de nuevo él a su cruda realidad tras el viaje alcohólico, de penas ahogadas en la ilusión de un mundo mejor que, vio con crudeza, nunca existiría.


Tiritando, se quedó quieto, pensó en la familia y supo que nunca la tuvo ni la tendría; pensó en la amistad y supo que se contó con los dedos de una mano, amputados por la edad; pensó en el amor y sonrió recordando la lozanía de la juventud… luego, le vino a la cara la pesadumbre del amor de barra y hostal; pensó, por fin, en la valentía y creyó que debía tenerla para hacer confluir la sabiduría del momento adecuado con el paso hacia el fin. Sacó la pistola que le acompañaba día y noche en aquel antaño feliz valle y tuvo su último pensamiento para el recuerdo de la brisa sobre su rostro en los veranos juveniles junto al río.

domingo, 7 de febrero de 2016

Profecía


Me levanto somnoliento, recibido por la vaga luz de un domingo tempranero. La conciencia va asentándose en el realismo de los sentidos despiertos a un día que ya fluye y nos indica, dándonos continuas señales: su motor está en marcha. Me tranquiliza ver cómo, esa conciencia que pujaba durante el sueño por ordenar el propio mundo y su ser, a ratos sintiéndose errada, a ratos acertada, se siente firme en el acierto de las actitudes que llevaron a las decisiones de nocturno cavilar.


La mañana transcurre con una tranquilidad expectante, y mato el tiempo dejando mi hábitat impoluto, con la sombra de una ilusión por recibir su grata visita. Interferencias, tentaciones de la biología –divina juventud-, bifurcaron un camino que hoy puede unirse de nuevo. El tiempo, amigo de quien sedimenta el sentido de su vida plantando sin miedo el árbol de los sentimientos. Mi tranquilidad expectante da un súbito paso, toma la armadura, coge el caballo y se dirige a su encuentro. Lidiaré con el amor. Disculpas, confesiones, explicaciones, trabas superadas cuando voy recuperando la gracia de su sonrisa, el calor de su caricia. La fortuna me sonrió, recuperamos el sendero común, con esperanza, sin alharacas, conocedores de las trampas que nos puso el camino. Sonrientes, sin embargo, porque la profecía nos ha sido fiel.

domingo, 31 de enero de 2016

Puzzle


Las intermitencias de la lluvia, ahora sí, ahora no, la hacen volar del varón esbelto y decidido al tierno sentimental; una vez es un clarividente economista, otra un opaco administrador de fincas de quien ella saca la luz. En ratos de actividad, cuando se encuentra con él, un día se llamará Azul y otro Verde, se siente en el lugar adecuado. Sin embargo, sentada ante una copa en momento de asueto, cuando el silencio calma la charla y la reflexión aparece desde las sombras, se siente inquieta y vuelve a sus fantasmas. La palabra desprejuiciada la hace verbalizar el puzzle interior, y de ese verbo emanado de forma impetuosa aparece la templanza. Orientada en la experiencia del amor, insegura ante la vida actual, tan incierta y atada. En ratos muertos el puzzle ordenado se descompone, pensando que si Azul, si Verde… Y ella sigue tan hermosa, deseada, desafiante y esquiva. Mujer incierta.

sábado, 16 de enero de 2016

Calor


Inmerso en la taza caliente de café matutino, deja que vague el rumor de voces proveniente de las noticias en la radio. La cocina está resplandeciente: cuidada con cariño, tiene en un estante las especias, en otro el café en grano y las infusiones… Parece que siempre haya sido así, que el reino de la abundancia que, para él, es su ligero bienestar, fuera la historia con que forjó su valiente carácter. Y, sin embargo, la sonrisa picarona que dibuja sus alegrías se sabe creada sobre un lienzo que conoció la tristeza en la penuria.

Deposita el café a medias sobre la mesita, presta más atención a las voces de la radio y sonríe ante la frivolidad con que se nos comunica el devenir del mundo que nos rodea, ese carnaval, luminoso y sombrío, que pretenden hacernos ver como un escaparate de digestión sencilla. De repente, alza la mirada hacia el aparato de radio, se acerca, cambia de frecuencia en busca de genuina música rock y empieza a guisar.

Tiene invitados a comer, el uno irónico a más no poder; la otra frágil y trémula que te sorprende con un arranque de firmeza; el más anciano, lleno de historias que contar. Según la atmósfera que le envuelva, siempre lo dice, un guiso le puede salir de una manera o de otra, y esta vez, se teme, las ganas de calor en una reunión convertida ya en ceremonia familiar, le están dando un fuelle que, añadido al ritmo que está imprimiendo la energía de la música en sus manos, le van a conducir a un guiso con mucho cuerpo.


Los invitados van llegando mientras él ultima la cocción, la tertulia se aviva y renace el carnaval de la vida, con sus verdaderas luces y sombras, envuelto no obstante en el ser cercano. Almuerzan con apetito, dan cuenta de un par de botellas de vino, y, avanzada la reunión, se ponen francos. Entonces se reconocen los unos a los otros de nuevo, cómo siguen siendo las mismas personas con sus mismas historias que, a fuerza de amistad, han ido enhebrando en común. Y sin embargo, como cada amanecer que nos ilumina, se sorprenden con la nueva revelación del íntimo yo de cada uno. Son estas las ocasiones en que, naciendo de una sobria tristeza, se puede ver la evolución en el rostro del anfitrión hacia su picarona sonrisa sin trampa ni cartón. 

martes, 5 de enero de 2016

Sabía que sí, y sabía que quizá no


Por la mañana, se había levantado con una ilusión incierta. Sabía que sí, y sabía que quizá no.

Sí sabía que le hacía ilusión ver aquel mundo de variopintos tonos emocionales que descubrió en ella a través de largas conversaciones telefónicas en la intensidad de cinco o seis días desde que, en aquellas navidades tan monótonas y rutinarias, la descubriera a través de una accidental llamada de ella en tono iracundo reprochándole que no cambiara el contrato de la línea telefónica, aún a su nombre cuando la pareja ya se había disuelto entre los vapores de aguas volcánicas… Cuando su arrebato se apaciguó, tuvo que decirle que se equivocaba de persona, y a raíz de ahí…

Sabía que quizá no: que ella podía dudar entre salir al frío y coger un tren para verle o refugiarse en la soledad y, quizá, el capricho. Sabía todo aquello, y a pesar de todo le había comprado un caprichito con la ilusión de dar dulzura a sus navidades.

Sabía que sí, y sabía que quizá no, pero sobre todo sabía que había dado con una bonita coincidencia que le compenetraba con un pequeño huracán de metro setenta y un arcoíris de emociones. Y se gustaba aquella mañana porque, tras la incertidumbre, había una extraña sintonía que le hacía presentir que le había encontrado la tecla del por qué.