La mañana tranquila, de calles vacías y tiendas cerradas,
invita al paseante a navegar sin rumbo por las calles de la ciudad. Embutido en
unas zapatillas deportivas y con los auriculares dejando sonar genuino rock
español, camina con ritmo y alegría mientras analiza minucioso los detalles de
su interior estado. Feliz y afortunado, es consciente sin arrepentimientos de
que vida solo hay una.
Callejea, entra en una gran avenida y ya está en el centro.
Por allí, hay quien empieza a salir a la calle y alguna cafetería abierta.
Entra en uno de estos locales, coge el periódico de encima de la máquina de
tabaco y se pide un refresco con un buen bocadillo matutino. Lo come con gusto,
y el refresco de devuelve a la vida. En la mesa de al lado, ve a una mujer mayor
leer un tomo de filosofía. Se dice que debe ser una mujer sabia. Él la observa
un rato más. Ella, discreta, observa que la observa. Finalmente, la virtud
decide entablar conversación con la juventud, quizá porque en ambas vidas hay,
aún, curiosidad. Poco a poco va descubriendo las inquietudes que anidan en el
interior del reciente paseante, y él va descubriendo, asombrado, que a sus
reflexiones se les puede poner palabras. En su conciencia hay un halo de
asombro, y la anciana le mira con la serenidad de la sabiduría asentada. Le ha
invitado a que acuda a sus clases un día como oyente, y él ha aceptado
ilusionado.
Con la sensación de la misión cumplida, la anciana se
disculpa arguyendo que debe irse. “Hasta otra ocasión, pues”, le dice. Y él,
vuelve a sumergirse en sus pensamientos por un momento, queriendo asimilar la
verdad que ha asomado a su conciencia esa mañana aparentemente tranquila.
“Tienes suerte: hay camino en ti”, le había dicho ella. Y el paseante se
levanta y recupera la senda.