El tiempo transcurre dejando sus huellas en las facciones del
varonil rostro, un cuerpo menos hermoseado y la emoción, aún, en perenne
ensoñación. Cree que ha vivido, que su existencia es plena y que la imaginación
lo convierte en artífice autosuficiente de sí mismo.
Un buen día, una inteligencia plena de naturalidad prende su
encanto sobre él. Las viejas quimeras de un ideado mundo feliz ya no valen y,
poco a poco, el artífice de sí mismo se da cuenta de que era el común lo que
conducía a la felicidad. Aprende lo que es la emoción sincera en conversaciones
de media tarde, a base de tropiezos en su excitante ventura. Ensayo y error en
un maduro que empieza a descubrir las abandonadas emociones de perdida
juventud. Quizá, fuera el miedo y la huida lo que le sumió en la quimera casi
eterna del sentimiento de ficción. Y sin embargo, ¿no hubiera sido ello una
debilidad humana? Acecha la incertidumbre, nace un nuevo tipo de fantasía y se
busca un nuevo modo de sosiego sobre la base de soplos de felicidad alcanzada.
No es un cuerpo, no es la juventud. Es el flujo de una
conversación, la incerteza de una mirada, unos labios rotos que esconden
fisuras en su femenino corazón. Y él siente que la intermitencia de su cercanía
es el tesoro que rompe los moldes de la envejecida coraza de su errante
imaginación.