sábado, 18 de marzo de 2017

El tesoro y la envejecida coraza


El tiempo transcurre dejando sus huellas en las facciones del varonil rostro, un cuerpo menos hermoseado y la emoción, aún, en perenne ensoñación. Cree que ha vivido, que su existencia es plena y que la imaginación lo convierte en artífice autosuficiente de sí mismo.

Un buen día, una inteligencia plena de naturalidad prende su encanto sobre él. Las viejas quimeras de un ideado mundo feliz ya no valen y, poco a poco, el artífice de sí mismo se da cuenta de que era el común lo que conducía a la felicidad. Aprende lo que es la emoción sincera en conversaciones de media tarde, a base de tropiezos en su excitante ventura. Ensayo y error en un maduro que empieza a descubrir las abandonadas emociones de perdida juventud. Quizá, fuera el miedo y la huida lo que le sumió en la quimera casi eterna del sentimiento de ficción. Y sin embargo, ¿no hubiera sido ello una debilidad humana? Acecha la incertidumbre, nace un nuevo tipo de fantasía y se busca un nuevo modo de sosiego sobre la base de soplos de felicidad alcanzada.

No es un cuerpo, no es la juventud. Es el flujo de una conversación, la incerteza de una mirada, unos labios rotos que esconden fisuras en su femenino corazón. Y él siente que la intermitencia de su cercanía es el tesoro que rompe los moldes de la envejecida coraza de su errante imaginación.